jueves, 29 de marzo de 2012
Nueva pelicula de Tim Burton
Para mayor informacion:
http://tierrafreak.blogspot.com.ar/2012/03/frankenweenie-primer-trailer.html
BAREK - Cielo Razzo del disco "Grietas" del año 2007
¿Que es lo que hace que caigas
Siempre en el mismo lodo?
Será la costumbre, la cobardía, la ansiedad
Misterios que envuelven,
llaves sin puertas,
somnolencia, inconsciencia por nada.
La vejez de los sueños truncos,
tanto hielo acumulado.
Como en un letargo,
puedo ver que enseñan sin saber.
reo en la prisión de mil pasados,
reo en la prisión..
Que viene embarrando hace mucho.
Como en un letargo
puedo ver que enseñan sin saber,
Reo en la prisión de mil pasados,
Como en un letargo puedo ver que enseñan sin saber,
Reo en la prisión de mil pasados,
Reo en la prisión...
Toneladas que se van,
Se van a las tierras de los que te muestran la verdad,
Yo no valgo la bondad de este nuevo lider que se mide con el mar.
Como en un letargo puedo ver que enseñan sin saber,
Reo en la prisión de mil pasados,
Como en un letargo puedo ver que enseñan sin saber,
Reo en la prisión de mil pasados,
Reo en la prisión de mil pasados,
Reo en la prisión..
Toneladas que se van..
Toneladas que se van..
Vivo cada instante en la brisa de los árboles,
Vivo solo y espero con ansiedad..
http://www.youtube.com/watch?v=jrLV7TCEG2I
Siempre en el mismo lodo?
Será la costumbre, la cobardía, la ansiedad
Misterios que envuelven,
llaves sin puertas,
somnolencia, inconsciencia por nada.
La vejez de los sueños truncos,
tanto hielo acumulado.
Como en un letargo,
puedo ver que enseñan sin saber.
reo en la prisión de mil pasados,
reo en la prisión..
Lo nuestro no es nuestro,
el mensaje es para todos,
Lo que afecta te expande
y abre la conciencia.
el mensaje es para todos,
Lo que afecta te expande
y abre la conciencia.
Algún día el saber será un lugar mejor,
Y el espejo de la gente
ya no será el dolor.
Y ese lodo de nuestro tiempo, Y el espejo de la gente
ya no será el dolor.
Que viene embarrando hace mucho.
Como en un letargo
puedo ver que enseñan sin saber,
Reo en la prisión de mil pasados,
Como en un letargo puedo ver que enseñan sin saber,
Reo en la prisión de mil pasados,
Reo en la prisión...
Toneladas que se van,
Se van a las tierras de los que te muestran la verdad,
Yo no valgo la bondad de este nuevo lider que se mide con el mar.
Como en un letargo puedo ver que enseñan sin saber,
Reo en la prisión de mil pasados,
Como en un letargo puedo ver que enseñan sin saber,
Reo en la prisión de mil pasados,
Reo en la prisión de mil pasados,
Reo en la prisión..
Toneladas que se van..
Toneladas que se van..
Vivo cada instante en la brisa de los árboles,
Vivo solo y espero con ansiedad..
http://www.youtube.com/watch?v=jrLV7TCEG2I
miércoles, 28 de marzo de 2012
El Callejón Oscuro
-Andá a cagar -dijo Lucas y comenzó a acelerar el paso. "¡Ma, sí, que haga lo que quiera!" pensó Esteban mientras refunfuñaba y caminaba cada vez más lento. Lucas iba rápido y a veces miraba para atrás disimuladamente. Entonces a Esteban se le ocurrió hacerle una broma a su hermano.
Cuando Lucas llegó a la esquina, frenó y se dio vuelta para decirle a su hermano de ir al "Chipi", pero no lo vio. "Pero si recién estaba atrás mío". Empezó a darse vuelta y a buscarlo desesperado. "¿Y si le pasó algo? Creo que se metió en un callejón oscuro. ¿Y si lo quieren violar?" pensaba cada vez más preocupado. Estuvo así alrededor de cinco minutos hasta que Lucas decidió seguir caminando rumbo al centro para ver si lo encontraba ahí. Esteban se reía contento escondido detrás de un poste de luz.
Esteban esperó a que su hermano se alejara algunas cuadras y después se preparó para seguirlo pero cuando intentó caminar no pudo. No se movió ni un centímetro. Aunque hizo mucha fuerza, seguía en la misma posición y en el mismo lugar. Entonces buscó en los alrededores alguien que lo ayudara. Estaba oscuro pero pudo ver cómo una persona caminaba por la avenida que pasaba frente a él. Se dispuso a llamarlo, pero no tenía voz. Gritó una, dos, tres veces pero no se oyó nada. Esteban se estaba alejando del poste, no entendía como si él no podía moverse. Unas sombras raras lo habían agarrado de los pies, lo arrastraban y hundían en las tinieblas del fondo del callejón. Desesperado intentó escapar pero mientras más se movía, más abajo se iba. No entendía cómo podía ser que estuviera atravesando la vereda. Quiso agarrarse de algo, pero cuando se sostuvo de una canilla las sombras lo jalaron tan fuerte que la canilla se rompió y se lastimó las manos. Tomó aire y quiso gritar, pero sólo hubo silencio. Silencio y oscuridad. La sombra lo devoró por completo. No veía nada, estaba inmovilizado flotando en una completa negrura. De repente sintió algo que recorría su cuerpo. Algo estaba subiendo por su pecho. Cuando miró debajo de su remera, una mano negra subió hasta su garganta y lo empezó a estrangular. Tenía una gran fuerza. Apenas podía respirar. Una voz tenebrosa, como de ultra tumba pronunció:
-Vos querías jugar una broma, ¿no es así? No tenés que jugar con las sombras, porque las sombras pueden jugar con vos.
Esteban estaba tan asustado que se orinó encima. Pensó que iba a morir ahí. Que no vería a su familia, que no jugaría más al fútbol ni tomaría mates con sus amigos. Las lágrimas llovían de sus ojos. Pero unos segundos después no sintió la fuerza de la mano en la garganta. No sólo eso sino que estaba en el mismo callejón donde se había escondido. Empezó a moverse, y al darse cuenta que podía hacerlo salió corriendo hacia la esquina contento a encontrarse con su hermano, pero Lucas no estaba ahí. Esteban miraba para todos lados a ver si lo encontraba.
-¿Me buscabas?
Esteban suspiró aliviado y con una sonrisa se dio vuelta para contarle todo lo que le había pasado.
-Aaahhh- gritó Esteban.
Era la ropa de Lucas, pero no era él. Debajo de la vestimenta había sólo sangre que se revolvía dentro sin escaparse. Esteban salió corriendo pero cuando se dio cuenta que iba a pasar por el callejón cruzó de inmediato sin ver que un auto circulaba por la avenida. Sintió un golpe muy fuerte en la cadera, un crack y el pavimento contra su cuerpo. Cayó de costado y su cabeza dio un latigazo contra el suelo. Le costó mucho poder sentarse. Sentía sangre en su boca, le costaba respirar y le dolía todo el cuerpo. Tenía los ojos entreabiertos, sentía frío. Escuchó una risa macabra y antes de desmayarse vio cómo una gran sombra lo devoraba.
Toc, toc.
Esteban se frotó los ojos como si estuviera despertando de un sueño.
Toc, toc.
Estaba en un lugar oscuro. Cuando se refregó las manos por la cara se dio cuenta que estaban lastimadas.
-Ya sé que estas ahí. Salí de una vez -dijo Lucas y abrió la puerta del armario.
Esteban salió, vio a su hermano y no pudo evitar sonreír. Al momento de salir vio en el espejo del placard que tenía una marca negra alrededor del cuello.
Esteban se asustó y cayó sentado en el suelo.
- Tenés que tener cuidado, Esteban. No tenés que jugar con las sombras, porque las sombras pueden jugar con vos- dijo Lucas mientras se iba silbando.
jueves, 22 de marzo de 2012
sábado, 17 de marzo de 2012
La Bestia Negra
La Bestia Negra.
Era de noche, estaba oscuro, muy oscuro. Me desperté asustado, bañado en sudor. No sabia que hora era, había perdido la noción del tiempo. No se veía nada, apenas distinguí un halo de luz. Pude distinguir que la luz provenía de una ventana. Estaba a unos metros míos pero era tan pequeña que solo se iluminaba una esquina.
Todavía dormido intento centrar mi vista en ese pequeño hueco iluminado, cuando por el rabillo del ojo me parece ver algo. Por reflejo del susto, me muevo hacia atrás, o eso intento. Me doy cuenta que estoy casi inmovilizado y que algo me aprisiona las piernas. En ese momento lo escucho....
El sonido del viento entrando por la ventana cuando dirijo mi mirada hacia allí...La figura...y esos ojos...Esos horrorosos ojos.
Muevo mis piernas para forzar un poco mis ataduras y me inclino hacia atrás sin dejar de mirar hacia la ventana. La bestia tenía sus fauces levemente abiertas y su penetrante mirada fija en mí.
No me pude mover más que unos pocos centímetros cuando mi espalda choca con un frio muro. Cuando intento ver en la oscuridad mis ataduras para poder escapar, pero por más que intento no puedo ver nada. Giro mi cabeza hacia la ventana cuando la criatura velozmente salta en la oscuridad y lo pierdo por completo.
De repente....Silencio...Lo único que oigo es mi respiración agitada y siento como mi corazón late desesperado intentando salir de mi pecho, además de la tensión muscular en mis piernas, la cual me hace doler.
Intento calmarme, mi respiración empieza a apaciguarse, mientras me esforzaba por descubrir la ubicación de esa criatura, pero esta se ocultaba en las sombras de tal manera que no tenia manera de saber donde estaba. Entonces escucho un sonido extraño. La bestia se movía hacia mí, y ese sonido se producía cuando su pelaje rozaba las paredes.
Cuando creí verlo, divise sus ojos en el lado opuesto. Gire constante mi cabeza de un lado a otro, buscando desquiciado a la criatura.
Gire mi cabeza hacia la derecha. En ese momento sentí una respiración en mi nuca. Me quede congelado por el miedo. Gire de a poco mi cabeza hacia el otro lado y antes de llegar a verlo sentí como su zarpa se apoyaba en mi hombro. Entonces en un intento desesperado por salvar mi vida lance un manotazo en dirección a la criatura. Ruido. Siento correr la sangre por mi brazo, cuando veo que tire el velador cerca de la puerta y alelí se va maullando.
viernes, 16 de marzo de 2012
El Libro de Arena - Jorge Luis Borges
La línea consta de un número infinito de puntos; el plano, de un número infinito de líneas; el volumen, de un número infinito de planos; el hipervolumen, de un número infinito de volúmenes... No, decididamente no es éste, more geométrico, el mejor modo de iniciar mi relato. Afirmar que es verídico es ahora una convención de todo relato fantástico; el mío, sin embargo, es verídico.
Yo vivo solo, en un cuarto piso de la calle Belgrano. Hará unos meses, al atardecer, oí un golpe en la puerta. Abrí y entró un desconocido. Era un hombre alto, de rasgos desdibujados. Acaso mi miopía los vio así. Todo su aspecto era de pobreza decente. Estaba de gris y traía una valija gris en la mano. En seguida sentí que era extranjero. Al principio lo creí viejo; luego advertí que me había engañado su escaso pelo rubio, casi blanco, a la manera escandinava. En el curso de nuestra conversación, que no duraría una hora, supe que procedía de las Orcadas.
Le señalé una silla. El hombre tardó un rato en hablar. Exhalaba melancolía, como yo ahora.
-Vendo biblias -me dijo.
No sin pedantería le contesté:
-En esta casa hay algunas biblias inglesas, incluso la primera, la de John Wiclif. Tengo asimismo la de Cipriano de Valera, la de Lutero, que literariamente es la peor, y un ejemplar latino de la Vulgata. Como usted ve, no son precisamente biblias lo que me falta.
Al cabo de un silencio me contestó:
-No sólo vendo biblias. Puedo mostrarle un libro sagrado que tal vez le interese. Lo adquirí en los confines de Bikanir.
Abrió la valija y lo dejó sobre la mesa. Era un volumen en octavo, encuadernado en tela. Sin duda había pasado por muchas manos. Lo examiné; su inusitado peso me sorprendió. En el lomo decía Holy Writ y abajo Bombay.
-Será del siglo diecinueve -observé.
-No sé. No lo he sabido nunca -fue la respuesta.
Lo abrí al azar. Los caracteres me eran extraños. Las páginas, que me parecieron gastadas y de pobre tipografía, estaban impresas a dos columnas a la manera de una biblia. El texto era apretado y estaba ordenado en versículos. En el ángulo superior de las páginas había cifras arábigas. Me llamó la atención que la página par llevara el número (digamos) 40.514 y la impar, la siguiente, 999. La volví; el dorso estaba numerado con ocho cifras. Llevaba una pequeña ilustración, como es de uso en los diccionarios: un ancla dibujada a la pluma, como por la torpe mano de un niño.
Fue entonces que el desconocido me dijo:
-Mírela bien. Ya no la verá nunca más.
Había una amenaza en la afirmación, pero no en la voz.
Me fijé en el lugar y cerré el volumen. Inmediatamente lo abrí.
En vano busqué la figura del ancla, hoja tras hoja. Para ocultar mi desconcierto, le dije:
-Se trata de una versión de la Escritura en alguna lengua indostánica, ¿no es verdad?
-No -me replicó.
Luego bajó la voz como para confiarme un secreto:
-Lo adquirí en un pueblo de la llanura, a cambio de unas rupias y de la Biblia. Su poseedor no sabía leer. Sospecho que en el Libro de los Libros vio un amuleto. Era de la casta más baja; la gente no podía pisar su sombra, sin contaminación. Me dijo que su libro se llamaba el Libro de Arena, porque ni el libro ni la arena tienen principio ni fin.
Me pidió que buscara la primera hoja.
Apoyé la mano izquierda sobre la portada y abrí con el dedo pulgar casi pegado al índice. Todo fue inútil: siempre se interponían varias hojas entre la portada y la mano. Era como si brotaran del libro.
-Ahora busque el final.
También fracasé; apenas logré balbucear con una voz que no era la mía:
-Esto no puede ser.
Siempre en voz baja el vendedor de biblias me dijo:
-No puede ser, pero es. El número de páginas de este libro es exactamente infinito. Ninguna es la primera; ninguna, la última. No sé por qué están numeradas de ese modo arbitrario. Acaso para dar a entender que los términos de una serie infinita aceptan cualquier número.
Después, como si pensara en voz alta:
-Si el espacio es infinito estamos en cualquier punto del espacio. Si el tiempo es infinito estamos en cualquier punto del tiempo.
Sus consideraciones me irritaron. Le pregunté:
-¿Usted es religioso, sin duda?
-Sí, soy presbiteriano. Mi conciencia está clara. Estoy seguro de no haber estafado al nativo cuando le di la Palabra del Señor a trueque de su libro diabólico.
Le aseguré que nada tenía que reprocharse, y le pregunté si estaba de paso por estas tierras. Me respondió que dentro de unos días pensaba regresar a su patria. Fue entonces cuando supe que era escocés, de las islas Orcadas. Le dije que a Escocia yo la quería personalmente por el amor de Stevenson y de Hume.
-Y de Robbie Burns -corrigió.
Mientras hablábamos, yo seguía explorando el libro infinito. Con falsa indiferencia le pregunté:
-¿Usted se propone ofrecer este curioso espécimen al Museo Británico?
-No. Se le ofrezco a usted -me replicó, y fijó una suma elevada.
Le respondí, con toda verdad, que esa suma era inaccesible para mí y me quedé pensando. Al cabo de unos pocos minutos había urdido mi plan.
-Le propongo un canje -le dije-. Usted obtuvo este volumen por unas rupias y por la Escritura Sagrada; yo le ofrezco el monto de mi jubilación, que acabo de cobrar, y la Biblia de Wiclif en letra gótica. La heredé de mis padres.
-A black letter Wiclif! -murmuró.
Fui a mi dormitorio y le traje el dinero y el libro. Volvió las hojas y estudió la carátula con fervor de bibliófilo.
-Trato hecho -me dijo.
Me asombró que no regateara. Sólo después comprendería que había entrado en mi casa con la decisión de vender el libro. No contó los billetes, y los guardó.
Hablamos de la India, de las Orcadas y de los jarls noruegos que las rigieron. Era de noche cuando el hombre se fue. No he vuelto a verlo ni sé su nombre.
Pensé guardar el Libro de Arena en el hueco que había dejado el Wiclif, pero opté al fin por esconderlo detrás de unos volúmenes descalabrados de Las mil y una noches.
Me acosté y no dormí. A las tres o cuatro de la mañana prendí la luz. Busqué el libro imposible, y volví las hojas. En una de ellas vi grabada una máscara. En ángulo llevaba una cifra, ya no sé cuál, elevada a la novena potencia.
No mostré a nadie mi tesoro. A la dicha de poseerlo se agregó el temor de que lo robaran, y después el recelo de que no fuera verdaderamente infinito. Esas dos inquietudes agravaron mi ya vieja misantropía.
Me quedaban unos amigos; dejé de verlos. Prisionero del Libro, casi no me asomaba a la calle. Examiné con una lupa el gastado lomo y las tapas, y rechacé la posibilidad de algún artificio. Comprobé que las pequeñas ilustraciones distaban dos mil páginas una de otra. Las fui anotando en una libreta alfabética, que no tardé en llenar. Nunca se repitieron. De noche, en los escasos intervalos que me concedía el insomnio, soñaba con el libro.
Declinaba el verano, y comprendí que el libro era monstruoso. De nada me sirvió considerar que no menos monstruoso era yo, que lo percibía con ojos y lo palpaba con diez dedos con uñas. Sentí que era un objeto de pesadilla, una cosa obscena que infamaba y corrompía la realidad.
Pensé en el fuego, pero temí que la combustión de un libro infinito fuera parejamente infinita y sofocara de humo al planeta.
Recordé haber leído que el mejor lugar para ocultar una hoja es un bosque. Antes de jubilarme trabajaba en la Biblioteca Nacional, que guarda novecientos mil libros; sé que a mano derecha del vestíbulo una escalera curva se hunde en el sótano, donde están los periódicos y los mapas. Aproveché un descuido de los empleados para perder el Libro de Arena en uno de los húmedos anaqueles. Traté de no fijarme a qué altura ni a qué distancia de la puerta.
Siento un poco de alivio, pero no quiero ni pasar por la calle México.
jueves, 15 de marzo de 2012
Bienvenidos a Sabiduria en ojotas
Este es un blog creado para tener un lugar donde escribir de Historietas, Cine, Música, Libros, o de cualquier cosa que se preste pa la charla, debate, etc.
"El número de páginas de este libro es exactamente infinito. Ninguna es la primera; ninguna, la última."
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